Un eclipse solar total fue el motivo por el que emprendimos la odisea de viajar hasta Anji, supuestamente un lugar estratégico para disfrutar de su visión. El periplo, del mismo modo que se organizó, fue sufriendo giros de 180º cada poco tiempo. El tren Beijing-Shanghai, en silla dura, de trece horas de duración, lo cogieron dos de las tres personas que lo iban a tomar inicialmente. Una baja de última hora fue el primer mal presagio de esta aventura. El viaje en tren fue una experiencia. El vagón número dos iba hasta arriba de chinos y de nosotros dos. Gente sentada en unos asientos forrados para simular unas carencias que la espalda sufrió. Pasillos atestados de viajeros que lo hacían de pie, para luego tumbarse en el suelo y dormir. Increíble pero cierto, llegamos a nuestro primer destino.
Shanghai se disfrutó desde un taxi y desde el apartamento de Echo, una china que nos atendió muy gentilmente y que se lo agradecemos. Desde aquí un autobús nos llevaría hasta Anji cuatro horas después. Por fin, a las 20:30 del día 21 de julio llegábamos a nuestra cita con Juan Pedro, el astrofotógrafo que nos invitó a ver el eclipse. Habíamos salido de Beijing el lunes 20 de julio a las 22:00. Tiempo más que suficiente para abrir y cerrar ventanas.
La incertidumbre y tensión por saber si las nubes dejarían vislumbrar la mejor combinación entre el sol y la luna nos acompañaron hasta el mismo momento en el que empezó en eclipse. A las 8.30 del día 22 de julio de 2009, el satélite empezó a comerse el lado norte de la estrella más brillante del Universo y todos los que estábamos en Anji sentimos que íbamos a asistir a un acontecimiento ejemplar. La expedición de Cartagena a la que acompañamos eligió un lugar recóndito de esta ciudad, donde había un pequeño lago con patos y las grandes casas brillaban por su ausencia. Con el paso de los minutos, los pocos chinos que se encontraban en las inmediaciones se acercaron para ver la bonita imagen.
A pesar de la superstición por parte de algunos ciudadanos del país a los eclipses solares totales, salieron a las calles de todas las ciudades de China, como fueron Hangzhou, Suzhou o Shanghai. En el pasado, los más escépticos creían, y algunos siguen creyéndolo, que el eclipse simbolizaba a un dragón comiéndose la luna, por lo que salían a la calle con tambores para ahuyentarlo. Ayer no hubo ruido, sólo gafas protectoras y muchas cámaras de fotos. El anillo de diamantes pronto llegó y a las 9.30 de la mañana el cielo se Anji se tornó a oscuro y bajaron las temperaturas casi diez grados. El júbilo y la emoción se apoderó de nosotros durante esos casi seis minutos que duró la totalidad, convirtiéndole así en el eclipse más largo del siglo XXI.
La vuelta fue dura y larga. Anji-Hangzhou en autobús. En Hangzhou nos esperaba otro tren de silla dura con pasillos repletos de viajeros y esta vez…15 horas de trayecto hasta Beijing. Ya desde casa, os escribimos para contaros lo realizados que nos sentimos por haber sobrevivido a estos tres días de andanzas. Menos mal que siempre hubo una ventana abierta…
El 27 de julio llegará una nueva visita al aeropuerto de Beijing. Tres amigas, seis maletas cargadas de ilusión y con hueco para los recuerdos que se llevarán de aquí. Ahora aún más, las noches orientales vivirán nuestra esencia, la española.