domingo, 25 de abril de 2010

DIEZ DÍAS CERCA DE DÓNDE NACE EL SOL


Después de que vengas a visitarnos -me dijeron Galo y Mónica- tienes que escribir un texto relatando tu viaje, para que lo colguemos en el blog. Y en ese mismo momento comencé a pensar en qué título pondría, porque del viaje lógicamente, aún no podía escribir nada. Se me ocurrieron unos cuantos pero ninguno me convencía. Qué pejiguera, diréis vosotros, se trata sólo de contar un viaje. Sí, pero yo quería un título sugerente, sonoro, literario… en fin, prometedor. Y entonces di con uno que reunía todo lo que yo buscaba DIEZ DÍAS DONDE NACE EL SOL. Estaba tan contentacon mi hallazgo que tardé un rato en darme cuenta de que la brillante (para mí) perífrasis con la que yo quería “jugar” y que aludía al Imperio del Sol Naciente no podía ser porque ese Imperio se refiere a Japón y no a China. Pero yo soy muy cabezona y ese título me gustaba mucho y no estaba dispuesta a renunciar a él. Me fui al mapa y miré los dos países. Qué rabia, me decía, con lo parecidos que son (para nosotros, claro) y lo cerca que están… y entonces comprendí que lo único que tenía que hacer era eso, introducir “cerca” y así, todo se ajustaba a la verdad. Bueno, así nació este título y de alguna manera también comenzó mi viaje a China.

Cuando partimos de Barajas el día veinticinco, en Madrid llovía. Eran las seis y media de la tarde. Teníamos por delante un viaje muy largo. Primero un vuelo a París y luego ¿Doce? ¿Trece? Ya no recuerdo cuántas horas de vuelo con la Catay Pacific hasta llegar a Shangai. Mi primer contacto con Asia empecé a sentirlo en el avión. De los doscientos pasajeros apenas unos cuantos occidentales. Y sobre las cinco de la madrugada, hora española y aún de noche en Europa pero ya luciendo un esplendoroso sol mientras sobrevolábamos Mongolia descubrí el olor de China, o por lo menos, uno de sus olores. Era el olor de esa especie de sopa de tallarines que los chinos toman tan hábilmente con sus palillos a cualquier hora. En ese avión descubrí dos características de este pueblo: lo hábiles y rápidos que son comiendo con palillos y cómo dice Antonio, que pueden dormir sobre una piedra. Sobre una piedra y de cualquier postura.

Para ser exactos, este viaje se ha compuesto de dos etapas. Una primera que transcurre en Shangai y una segunda que lo hace en Hong Kong. Me gustaría ser capaz de poder concentrar en unas cuantas líneas todo lo vivido en estos días pero es difícil. Por lo menos trataré de dejar aquí algunos momentos que me gustaría recordar siempre.
En Shangai hubo momentos…

De mucha alegría: cuando nos reencontramos con M y G en el aeropuerto de P. Por cierto, ¡Qué pasada de aeropuerto! Reconozco que esperaba algo cutre y me encontré con una T4 a lo grande.
De risas: cuando nos cruzábamos con vecinos/as en pijama por la calle paseando a su perro.
De impacto: cuando cruzábamos calles inmensas abarrotadas de chinos en bicicleta.
De miedo: cuando viajábamos en taxi y contemplábamos atónitos -por lo menos yo- como aquí la línea continua o el disco en rojo son una anécdota, algo irrelevante.
De relax: cuando aquellos dos chinos tan silenciosos nos metieron los pies en agua calentita antes de darnos un fabuloso masaje ¿Te acuerdas Candi?
De compras y regateo: cuando visitamos y compramos en el mercado de Nanjing West bolsitos en seda que me consta encontraré en alguna tienda de la Milla de Oro en Madrid a precio de ídem.
De asombro: cuando fui a la peluquería y me dieron ¡Otro masaje! en toda regla, ME LIMPIARON LAS OREJAS y me lavaron y peinaron divinamente. Un recuerdo cariñoso, por cierto, para mi encantadora peluquera china cuyo nombre olvidé preguntar pero de la que conservaré siempre su imagen junto a mí en la foto que adjunto.


De lujo: cuando después de recorrer la calle comercial de Nanjing -una especie de calle de El Carmen en Madrid pero a lo bestia- nos sentamos en la terraza-ático del Bar New Heights y pudimos contemplar la espléndida vista del río con la zona financiera de los rascacielos de Pudong al otro lado.
De vértigo: al asomarnos desde el piso cien del Abrelatas y tener por debajo de nosotros la cúpula de Jin Mao y alguno de los meandros que hace el río Amarillo antes de salir al mar con el Paseo The Bund iluminado en la otra orilla.
De esta ciudad, que está llena de contrastes, uno en especial me ha llamado la atención. Y es la pasmosa naturalidad con la que conviven las tiendas de las firmas más lujosas del mundo con las banderas rojas de una Rep. Pop. ondeando en todos los edificios emblemáticos.

Por último diré que aunque también es verdad que se cuelan y escupen que hay callejones sucios y fregonas puestas a secar en las puertas (y no he hablado de sus tendederos. Se podría hacer una tesis ¡Qué pintoresco todo!) de Shangai quiero constatar que es fácil que te hagan sentir como un pequeño dios. Porque cuando das con un chino ceremonioso cualquier cosa que te hagan u ofrezcan lo harán siempre con una sonrisa y una inclinación de cabeza, ya sea entregarte un bolígrafo o recibirte a las puertas del centro comercial en el momento de apertura.

Hong Kong es la segunda etapa de este viaje. Allí se nos unieron Elena y Borja y aunque seguíamos en China ya se notó que entrábamos en una SAR que es como se denomina a esta provincia.

Lo primero que me asombró de H. K. fue poder aterrizar en su aeropuerto. Prácticamente no hay pista. El avión va perdiendo altura hasta quedarse a cinco -o menos me pareció a mí- metros del agua. No haré ningún comentario.
Lo segundo fue contemplar la importancia de su puerto marítimo a través de las ventanillas del tren que nos llevaba a la península de Kowloon. Importancia que se hace patente por la cantidad de contenedores apilados esperando para ser embarcados. En Occidente en general y en la vieja Europa en particular nos creemos el ombligo del mundo y nada cómo salir de casa para sacarnos del error.

Hong Kong recuerda a Londres pero no te deja olvidar que estás en China.
De esta ciudad no olvidaré el ruido ensordecedor de su tráfico, el verde intenso del monte tras sus rascacielos, sus taxis de color rojo, y a sus ciudadanos consultando en monitores bancarios los movimientos del Hang Seng, el índice de la bolsa. Tampoco el calor húmedo en sus calles y el frío de los aires acondicionados en los tranvías, autobuses, hoteles, y cualquier lugar cerrado. Y desde luego algunos momentos que aún tengo presentes.
La carrera de caballos nocturna en el Hipódromo del Happy Valley. .
La subida en funicular hasta el Buda de la isla de Lantau.
La sirena llamando a embarcar y los siete corriendo por la rampa, entre familias de chinos, para no perder el ferry que nos llevaría a la isla de Cheng Chau.
Navegando hasta esa isla por el Mar de la China.
Cenando cangrejo en Temple Street.
La vista nocturna de los rascacielos de la isla de Hong Kong desde la Península de Kowloon.
Diferentes circunstancias han hecho que este viaje haya sido muy especial para mí. Desde luego han contribuido a ello Mónica y Galo que me recibieron tan acogedoramente, Elena y Borja que volaron desde Tailandia para pasar estos días juntos, pero no puedo dejar de dar un gracias muy especial a Candi y a Antonio, sin cuya compañía, muchas veces divertida y siempre cariñosa, mi viaje no hubiera sido igual. Ojalá tengamos ocasión de más viajes como éste.



Para terminar, una cita que Borja nos enseñó en estos días: CUANDO LLEGUEMOS AL RÍO YA PENSAREMOS EN LA MANERA DE CRUZARLO. Y mientras tanto ¡¡Carpe diem!!

domingo, 18 de abril de 2010

¿Quién dijo frío?


China puede seducirte de mil maneras diferentes, probablemente lo haga bajo la lluvia. Y es que, si algo tiene el Gigante Asiático para olvidar es su clima. Uno se siente helado en invierno y a la parrilla en verano. La humedad merecería un capítulo a parte, sin embargo, no hay ganas de sudar en este momento.

En el último año y medio nos hemos visto obligados a vestir prendas que en España serían algo exageradas en cualquier fondo de armario. Guantes, gorros, orejeras y camisetas térmicas, además de, doble calcetín. Para protegernos de las lluvias hemos tenido que comprar, en varias ocasiones, paraguas. La relación amor-odio que hemos experimentado con este artefacto ha sido curiosa. Es verdad que no resulta cómodo caminar por la ciudad portando ese objeto que muchos utilizan para recoger el mayor número de caramelos en la Cabalgata de los Reyes Magos, pero no queda más remedio. Primero probamos con uno pequeño. Resultó incómodo. Nos mojábamos, se rompía cuando soplaba algo de viento y siempre nos lo olvidábamos en algún lugar. Optamos por uno grande, estilo a los que se usan en los campos de golf. Mientras no llovía era un buen bastón y cuando lo hacía estábamos a cubierto. Parecía que habíamos acertado. Sin embargo, volvimos a olvidarlo. Quien sabe, en un taxi, en un café, en una Terminal de Ferry. Ahora cada uno lleva consigo un paraguas pequeño. ¡Qué suerte poder tirar fotos sin que se moje la cámara! Ya veremos dónde y quién lo olvida.


Desde nuestro regreso de Macao hemos podido escaparnos en dos ocasiones de nuestro apartamento y sentirnos como en “casa”. Por una serie de casualidades descubrimos Kuluska, una taberna vasca. La posibilidad de poder degustar “pintxos”, tomar un vino y oír a la clientela conversar en castellano, resultó cuanto menos interesante. La otra salida fue a una fiesta organizada por la anárquica Casa de España. Tuvo lugar en el “Signal tower”, un local situado en el Bund con vistas al “skyline” de Pudong. Allí pudimos tomar una sangría y un cocktail que aspiraba a ser un “destornillador”. El “look” flequillo cortinilla, barba perfectamente presentada, al más puro estilo torero, fue una divertida sorpresa en Shanghai.

Esta semana hemos empezado a seguir una nueva serie, “The wire”. Confiamos en que no nos dejen con la miel en los labios, como nos ocurrió con: “Dexter”, “Heroes” y “Twin Peaks”. Gracias audiencia por cansarte de estos títulos y dejar de verlos. Ahora nunca sabremos cómo acaban.


Palabra: apariencia.

Cita: la universalidad de Groucho Marx es patente 33 años después de su adiós “Bebo para hacer interesantes a las demás personas”.

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domingo, 11 de abril de 2010

Tiempo fugaz

Seis de la tarde. Un viernes cualquiera para los chinos, un comienzo de fin de semana especial para nosotros. Ahí estábamos esperando en la puerta de “Salidas” del Aeropuerto de Pudong de Shanghai, con los abrigos puestos. El avión de Madrid llegó antes de lo esperado, como si las ansias de los pasajeros marcasen el ritmo del vuelo. Mientras que para Maria José iba a ser una primera toma de contacto con este dragón asiático, para Candy y Antonio sería el viaje que cerciorase la realidad que vivieron hace un año (sin olvidar las estancias previas más atrevidas del español más chino ;p ). Cansados pero con ganas de comer las primeras empanadillas de una gran retahíla de cestos de bambú que ocuparon nuestras mesas.

Los reencuentros son un regalo. El primer abrazo es el comienzo de nueve días que constituirán recuerdos. La espera es larga pero sin embargo se marchan rápido. ¿Hemos aprovechado al máximo cada minuto con ellos? Esperamos que tanto como ellos con nosotros.

Shanghai tenía mucho que ofrecerles. Nanjing Lu (“Ninja” para la más creativa) descubrió la cara más comercial, Yuyuan y sus puestos de cangrejos fritos nos llevaron a la cultura española de “la tapa” y El Bund nos ofreció unas vistas inmejorables desde una de las mejores terrazas de los antiguos edificios coloniales. Pero Shanghai también es futuro y el SWFC es su abanderado. Subir a la planta 100 del edificio más alto de la ciudad, con una peculiar forma de abre botellas, nos dejó a todos boquiabiertos. Sientes cómo esas pequeñas hormiguitas que luchan por el desarrollo de su país pueden comerse el mundo. Nada les puede parar. Piensas en unirte a ellos.

Pero este viaje tenía una segunda parte. Volvimos a despedirnos en el aeropuerto aunque esta vez nos encontraríamos tres horas más tarde en otra de las ciudades más apasionantes del mundo: Hong Kong. Este rincón chino, que puede presumir de tener un skyline que emociona a los viajeros, nos abrió a un nuevo concepto asiático. Aquel del lujo, del caos, de la influencia colonizadora. Aquí las tiendas de las grandes marcas tienen que colgar el cartel de “lleno” y los compradores deben hacer cola para entrar. Aquí las calles se decoran con luces y mucho ruido que favorecen la vida nocturna. Aquí los ingleses tienen una herencia cultural y monumental que es difícil esquivar. Y es que la carrera de caballos nocturna nos dejó tan boquiabiertos como el Gran Buda de Lantau.


Se unieron al grupo Elena y Borja, cansados de playa y con ansias de ciudad. Juntos, disfrutamos de unos mojitos en Lan Kwai Fong, de la experiencia de subir al Peak para sentir que estábamos en Andorra (la niebla y el viento fueron los aguafiestas) y de comprobar cómo los domingos las filipinas abarrotaban las calles de Hong Kong para disfrutar de su día libre. Las sobremesas las marcaron las comidas del cangrejo típico y los tallarines de aquel restaurante con la camarera más “agradable” que nos hayamos topado. Y como no podía ser de otro modo, las empanadillas del Din Tai Fung marcaron la despedida.

Nueve días que volaron tan rápido que aún sentimos vuestra presencia en China. ¿Se puede saber quién inventó las despedidas?


Bruce Lee apuntó “en el caos busca la simplicidad y en la discordia la armonía”.


La palabra de hoy es: AZAR



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