A raíz de que Galo y Mónica iniciaron su aventura por tierras chinas surgió nuestra idea de visitar a un amigo/hermano a un destino que nunca nos habíamos planteado. Íbamos con una opinión de Beijing que no tardamos mucho en cambiar. A mejor, evidentemente.
Ni los escupitajos de los pekineses más castizos, ni la peste tofu frito de los puestos ambulantes, ni los atascos, iban a cambiar ya la buena imagen que transmitían las sonrisas chinas.
Después de un largo viaje con feliz parada en Ámsterdam, la ciudad que siempre sonríe, llegamos a Beijing, donde justo antes de desembarcar se metieron 4 hombres con “trajes espaciales” a inspeccionar que ninguno de los pasajeros allí presentes estábamos infectados por el virus que ha tenido en vilo a todo el mundo. Gracias a Mao, no había ningún infectado, así que después de rellenar unos formularios nos dejaron salir del avión.
Tras un reencuentro muy cariñoso entre hermanos y amigos salimos del aeropuerto y aquí es cuando realmente empieza todo. Un taxi nos adentró en la city sobre un cielo gris. Habíamos aterrizado en un mundo diferente, en el que los neones y rascacielos se estaban comiendo el viejo Beijing.
Tener un chófer esperando en la puerta de tu casa después de un madrugón para ver la Gran Muralla china eso no tiene precio. Bueno sí, 500 yuanes. Nos las prometíamos muy felices al estar tan cerca de ver por primera vez “la serpiente de piedra” , aunque antes de llegar a Simatai (tramo de la muralla que pasa por dicho lugar) tuvimos un viaje con algo de turismo activo: adelantamientos en cambios de rasante, carreteras de dos carriles que se convertían en cuatro para sobrepasar a vehículos extraños, frenazos inesperados…y todo esto acompañado por el sonido estridente de un claxon que no paro de sonar y de las ráfagas de las largas avisando vete tú a saber de que. De la muralla poco podemos decir…con saber que es una de las siete maravillas del mundo hemos dicho demasiado, no?
¿Tubos de ensayo para los chupitos? ¿Tapas de frutas con las copas? Ya pensábamos que estos chinos no sabían divertirse…hasta que empezó a sonar “Dame más gasolina” y la pista de baile del Cargo se llenó. Sí, era una disco china, con megatrón y paquetes llenos de tabaco por las mesas sin que nadie los toque.
De noche se bebe pero de día hay que comer y el arroz tres delicias no aparecía en las cartas, asi que nuestros guías nos proponían constantes tours gastronómicos por Hong Kong, Taiwán, India, Corea, Vietnam…incluso pato laqueado con un espectaculo en la preparación mas propio del Bullate que de un país comunista y todo esto sin salir de la capital.
La programación televisiva en el hogar de nuestros amigos sherpas no nos deja mudos, así que tras llegar a esta curiosa urbanización y desearle “ wan an” (buenas noches) al conserje, se suceden debates más o menos mundanos sobre los temas más diversos y polémicos.
Ya se acerca el final del viaje y uno empieza a dudar que las palabras aprendidas en esta sorprendente ciudad vayan a servir de mucho, tal vez sólo una para Mónica y Galo: “ Xie xie!”
Cómo que ya se acerca el final del viaje???? YO ya he empezado a "empollarme" la gúia!!!!!!!!
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