viernes, 27 de noviembre de 2009

Finito cuanto

Unos precios excesivamente bajos, irrisorios, a veces cómicos, hacen que los mercados de falsificaciones sean una de las visitas favoritas de los turistas. Muchos de los que leéis este blog (eso no gustaría pensar ¿ilusos?) durante vuestra estancia en Beijing disteis buena cuenta del Silk Market y Yashow Market, con el correspondiente asombro por nuestra parte. No creíamos lo que veíamos, visitas diarias a estos templos del capitalismo “Made in China”, a veces clandestinas (supongo que para apaciguar el mono), compras compulsivas, “qué más da, me ha costado 8 euros ¡¡¡un bolso Gucci!!!!” Decías algunos. El noble arte de consumir lo han hecho igual de bien y el mismo número de veces tanto las mujeres como los hombres. En este sentido, el género masculino ha luchado por alcanzar la paridad a la hora de gastar.



Comprar en China es una actividad aditiva y una descarga de adrenalina importante. A veces, lo de menos es lo que se compra, sino a qué precio se consigue. Es una lucha entre tú y la dependienta, quien no dudará en emplear todas sus artimañas para conseguir encasquetarte cualquier cosa a un precio muy por encima del suyo. Ellas regatean mejor que nosotros. Saben lo que hacen y su paciencia no tiene límites. Una fuerza interior innata en ellas las abstrae y se olvidan de que están pugnando por un euro, en el mejor de los casos, por dos euros. Obviamente, al final lo consiguen. La felicidad de la compra radica en el hecho de haber ganado la victoria a la astuta china, qué más da que sean unas Converse All Star, que una camiseta Abercrombie, si el precio siempre es el mismo ¡¡¡5 euros!!!!

Muchas veces me he imaginado alguno de vosotros en traje de baño, en ropa de andar por casa, en chándal, luciendo una muñeca vestida con un elegante reloj Omega o un hombro del que cuelga un bonito bolso Gucci.

Yo también he sido drogadicto de estos centros, pero si tuviera que elegir mí sobre dosis sería de ropa hecha a medida por mis sastres favoritos, Jennie y Óscar. Mañana, cuando vayamos a recoger nuestras chaquetas “chinese style”, nos despediremos de ellos. Un placer.

Las apariencias engañan. Aquello que siempre hemos considerado tradicional, con el paso del tiempo, puede ser la opción alternativa a un estilo de vida común para la sociedad. ¿Qué es realmente China y qué nos transmiten desde España? Lejos de ser un país atrasado, donde la mentalidad conservadora gana la partida a las ideas innovadoras, el Gran Dragón, muestra y explota un potencial desconocido.



Beijing avanza con pasos de gigante pero sin tirar por la borda todo lo que forma parte de su historia y, por tanto, de su filosofía. Un mundo de contrastes que se aprecia nada más bajar del avión. La Ciudad Prohibida y el Mausoleo de Mao atestiguan la conservación e idolatría. Miles de chinos visitan diariamente lo que fue el cobijo de los emperadores y el cuerpo embalsamado del fundador de la República Popular de China. Llegan cargados de ilusión y bolsas de comida rápida para disfrutar todo el día de un enclave en el que a ellos les hubiese gustado vivir. Ellos representan la tradición, el amor a unos antepasados.



Ver más allá, querer evolucionar y situarse entre los países más poderosos del mundo les ha convertido en unos férreos seguidores de los altos edificios con formas esquizofrénicas y paredes acristaladas. La modernidad ha llegado a Bj de la mano de unos Juegos Olímpicos que apostaron por los sueños de los ciudadanos más jóvenes que quieren dar una nueva cara a este país. El Nido no fue sólo una construcción de acero entrelazado, sino que fue la semilla que hará brotar todos sus frutos. “Trabajando llegaremos a ser lo que queremos, un país respetado por los demás”. Más de uno podíamos adoptar su filosofía.

Descubrir la Villa Olímpica, atravesar el Mausoleo. No son comparables. La simbología del contraste potencia la riqueza de un país. Idolatran a su antiguo presidente al tiempo que sueñan con ser mejores. Las imágenes muestran sólo atisbos de lo que la mente esconde. La convivencia entre tradición y modernidad forman el cuadro de lo que ha sido nuestra casa.


Camacho alecciona: “El que quiera jugar tiene que llamar a la puerta hasta tirarla” y nosotros nos preguntamos ¿se puede equiparar a escribir emails?

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